Corrupción.
Autor: Felipe Silva / Categoría: Opinión
En el último tiempo, ha estado muy en boca la palabra “corrupción”, por motivos como el “caso convenios” y por el habitual “apitutamiento” de gente no calificada en cargos de confianza del Gobierno. Estos casos suelen provocar rabia en la ciudadanía, por lo que los políticos y líderes de opinión no tardan en rasgar vestiduras y condenarlos de manera ferviente y severa, muchas veces de forma cínica.
Estamos ante un término con una potente carga negativa. Pero, ¿Qué se entiende como “Corrupción”?. Podemos destacar dos definiciones que nos entrega la RAE, siendo la primera, “Deterioro de valores, usos o costumbres” y la segunda la define como una “práctica consistente en la utilización indebida o ilícita de las funciones de aquellas en provecho de sus gestores”.
Bajo la segunda definición son varios los ejemplos que se vienen a la mente; Paco-GATE, caso PENTA y SQM, la colusión del papel higiénico o el ya mencionado “caso convenios”; todos casos en los que se utilizaron las instituciones para favorecer a grupos de interés que han capturado el aparato Estatal extrayendo rentas para el beneficio propio y de sus amigos a costa de todos nosotros.

Un dato no menor es la desproporcionalidad que existe en cuanto a los castigos aplicados para aquellos pocos que han sido condenados por estos robos multimillonarios en comparación con quienes han sido, por ejemplo, condenados por elusión fiscal. Prisión y millonarias multas han sufrido quienes han osado intentar conservar el fruto de su trabajo frente al Leviatán. Mientras que en los casos mencionados, solo contamos con un condenado a presidio – Senador Orpis – y después abundan las investigaciones sin puerto o los tratos por debajo de la mesa que acaban con uno o dos funcionarios suspendidos por tiempo limitado.
Pese a la indignación que pueden causar los casos mencionados, no debemos olvidar que la corrupción no se limita al robo de fondos públicos. También está el ya mencionado “pituto” que consiste en seleccionar a alguien para ocupar un cargo público en virtud de su relación de amistad o cercanía con el administrador de turno y sin contar con las cualificaciones o mérito necesario para el correcto ejercicio del cargo. Ejemplos sobran y podríamos estar horas enumerándolos.
Las colusiones son otra forma de corrupción en la que grandes empresas se coluden con los políticos para que estos aprueben leyes que restrinjan o dificulten la libre competencia, asegurándose posiciones de mercado que les permitan fácilmente monopolizar bienes y servicios y así cobrar sobreprecios a los ciudadanos. Farmacias, papel higiénico y el caso de los pollos son algunas de las colusiones recientes más conocidas.
Pero, ¿Solo pueden las entidades públicas cometer actos de corrupción? A pesar de lo que se expresa en el ideario popular, la respuesta es no. La diferencia es que los actos de corrupción entre personas naturales corresponden a nuestra primera definición: “Deterioro de valores, usos o costumbres”. Nuestros valores se ven mermados por los malos hábitos que terminan normalizados y repercutiendo en el tejido social. Este deterioro se manifiesta en los cada vez más frecuentes robos a empleadores. Estos pueden tomar distintas formas como, por ejemplo, el reciente escándalo de las licencias falsas. También se observa, aunque de forma más sutil, en la procrastinación en el lugar de trabajo; los ascensos empleados por razones ajenas a sus méritos; Empleadores y asalariados que no cumplen con sus compromisos laborales o defraudan el horario de trabajo, entre otros casos. Aunque puedan parecer faltas menores, la proliferación de estos comportamientos comprometen el tejido social al promover prácticas que corroen los principios mínimos necesarios para la vida en civilización, como por ejemplo: el respeto.
Hay una expresión que reza “Un país tiene al gobierno que lo representa”, bajo esta idea podemos deducir que la tónica que han marcado tanto los gobiernos anteriores como el actual (con múltiples casos de corrupción de distinta índole) no son más que un reflejo cultural del ciudadano de a pie, en el que prima la idea de “nadie se va a dar cuenta”, “si todos lo hacen”, “sé más vio”, “a él no le falta“. Recordemos el caso de Yasna Provoste, Senadora de nuestro país que fue candidata a la presidencia, habiendo sido la primera ministra en ser destituida de su cargo por una acusación constitucional tras “perder” 600 millones de dólares del Ministerio de Educación.
Solos no podemos cambiar el mundo. Pero jamás infravaloremos el impacto que podemos generar siendo personas de bien, que actúan con honradez y solidaridad. Creo que sobra decir que si queremos un cambio real en cómo se dirige el Estado, primero debemos cambiar nosotros.