Autor: Ignacio Vio / Categoría: Opinión

En la última venida de Javier Gerardo Milei a Chile, durante su conversación con Axel Kaiser, y a propósito de los desafíos que implica ser libertario en estos tiempos, hizo una referencia al Antiguo Testamento, que me parece sumamente inspiradora y vigente, la cual trataré de transcribir en los términos más precisos que me sea posible, ya que resume de muy buena manera lo que implica tomar la bandera de Gadsden y alzarla en nuestra sociedad en el día de hoy, y que no es para nada distinto a lo que padeció Moisés en su época.
Cuando Moisés inspirado en la idea de recuperar la libertad que había perdido su pueblo, a manos de los egipcios, decide salir por fin con autorización del faraón (a regañadientes). Para mi sorpresa, no fue todo el pueblo de Israel quien lo acompañó, fue sólo un porcentaje, muchos de sus compatriotas, prefirieron la seguridad que les daba recibir un pescado asegurado por parte del Faraón, frente a la incertidumbre del desierto y esa locura de buscar la tierra prometida. Luego, durante la larga peregrinación que pasó el resto en el desierto, muchos decidieron volver a Egipto, en búsqueda del pescado seguro, y si eso fuera poco, más adelante, los que aún quedaban con Moisés, lo culpaban a él de esta loca aventura que habían emprendido, lamentándose de no haberse quedado en la seguridad del imperio Egipcio.
Finalmente, recordemos, que Moisés nunca entró a la tierra prometida, y que al final la tierra prometida no tenía nada que ver con el paraíso en la tierra, como muchos creían, sino, en el desafío diario de un pueblo por mantener sus propias tradiciones, aún a costa de sacrificios, guerras, traiciones y dolencias, sin la certeza de saber si al día siguiente habría pescado o no asegurado.

Una de las moralejas que podemos sacar de esto, es que hoy, sea usted o no Judío, creyente o no, el pueblo que ha trascendido, es el que renunció al faraón y al pescado seguro, el que nos inspira con sus padecimientos y desventuras en el desierto. Nada o muy poco sabemos de aquellos que se quedaron en Egipto, y vivieron serviles al faraón, desaparecieron en la historia, subsumidos por los relatos fantásticos de humanos divinizados supuestamente hijos del Sol o de las estrellas, y que se inmortalizaron en pirámides, que sólo dan cuenta que su vida se limitó a proveer a otros de fastuosos monumentos, a cambio de un pescado.