LA PREGUNTA OLVIDADA
Autor: Felipe Fernández / Categoría: Columna de Opinión

Si el matemático británico Thomas Bayes, autor entre otros trabajos del Teorema que lleva su nombre, estuviese vivo en el presente siglo XXI y fuese consultado por cuál es el modelo económico más exitoso -entendiendo que, antes de plantear la pregunta se requeriría un esfuerzo en definir las implicancias del mencionado éxito- seguramente respondería que, aquel que en comparación a los otros, haya mostrado mejores resultados, luego de que se haya experimentado una cantidad significativa de veces. Esto debido a que Bayes, creía que entre más veces se experimenta un fenómeno, más cerca se está de conocer su naturaleza. Desde su perspectiva, si analizamos el desempeño de las economías mundiales durante sólo el último siglo, podemos ver que entre las economías libres y las reprimidas existen diferencias enormes, y que dichas diferencias además tienden a convertirse en constantes con el paso de los años: Las economías que son más libres para comerciar, que cuentan con mayor certeza jurídica, que tienen un gobierno limitado y que poseen un bajo nivel de corrupción, tienen como resultado una Paridad de Poder de Compra (PPP en inglés) de 11,5 veces mayor a las economías que son más reprimidas en aquellos ámbitos, indicador que además se acentúa al hacer la misma comparación entre los quintiles más bajos. Dicha evidencia es -y con justa razón- uno de los respaldos más sólidos de los defensores de libertad económica, mientras que desde la vereda opuesta de las ideas colectivistas, así como también aquellos que se encuentran en algún punto entre los primeros y los segundos, se esfuerzan en plantear al respecto cuestionamientos de distinta naturaleza, aduciendo a razones espurias. En este punto es importante observar que establecer causalidades a partir del examen y/ o experimentación de fenómenos es una falencia cognitiva bastante común y transversal, herramienta sin la cual cualquier ejercicio que busque unir efectos a sus causas explicativas, termina por perderse en razonamientos con suerte intuitivos pero que nada tienen que ver con la realidad. Con la finalidad de aclarar dichas relaciones de causalidad, algunos autores como son los casos de Daron Acemoglu, Olson Mancur o Abhijit Banerjee, han contribuido consistentemente al objetivo de explicar la fenomenología que existe detrás de la prosperidad o pobreza de las naciones, despejando además algunos mitos comúnmente indicados como causantes de dichos fenómenos. Estas y otras investigaciones, si bien coinciden en que existe una correlación positiva entre la libertad económica y la prosperidad, han indagado el fenómeno en un segundo nivel de complejidad, sumando la dimensión social y política a la ecuación. Esta indagatoria, si bien por una parte enriquece y amplía el espacio de análisis, por otra crea cierta incomodidad en quienes buscan respuestas simples pero con alta capacidad explicativa, mientras que abre toda una ventana de debates en cuanto a los caminos que conducen a la prosperidad. ¿Qué atribuciones debiese tener el Estado?, ¿quiénes deberían ocupar los cargos de poder?, ¿cuánto porcentaje de impuestos debería cobrar el gobierno?, ¿cuánto porcentaje de su PIB debería destinar un país a la seguridad social?, son preguntas que se leen comúnmente en el ágora de la política, y que rara vez tienen respuestas que convenzan transversalmente, y es que la misma evidencia se encarga de abrir algunos cabos que la mayoría dan por cerrados. Acemoglu en su libro: “¿Porqué fracasan las naciones?”, destacó el relevante impacto que tienen las instituciones de gobierno en la sociedad, y no en el sentido de que los países dependan de ellas para desarrollarse, sino, en que si éstas no tienen como objetivo el bienestar de todos los ciudadanos, o sólo actúan a favor de grupos privilegiados al interior de la sociedad, pueden convertirse en un freno implacable en el tránsito de los países al desarrollo.
Mancur en una línea similar, indicó que es el proteccionismo forzado por grupos de presión económicos, lo que termina por desincentivar la innovación y con ello la competitividad y el crecimiento. Desde un enfoque intrínseco del fenómeno, Banerjee señaló en su obra: “Repensar la pobreza”, que las leyes cuando no están acordes con la realidad, y además excluyen a la ciudadanía en su definición y construcción, se convierten en un impedimento sustancial para abandonar la pobreza. Es este contexto el que nos permite señalar que si bien la prosperidad tiene causas claras y constantes, debieran interesar mayormente las causas detrás de las causas, ya que son éstas el verdadero eje conductor de la vía a la prosperidad, mientras que es sobre ellas donde las personas pueden incidir y decidir. Entonces, más que el qué, el quién, o el cuánto, deberíamos interesarnos en primer lugar por el cómo se generan las relaciones entre los ciudadanos, su gobierno, y las leyes. Así, por ejemplo, si pensamos en las atribuciones del Estado, resulta más esclarecedor preguntarse cómo las personas influyen y deciden sobre éstas, a fin de que cuenten con la capacidad y herramientas para que tales atribuciones sirvan eficazmente a los propósitos que ellas persiguen, y no a fines discrecionales de la clase política o de otros grupos de interés. Respecto a las personas o conglomerados de personas que debiesen encargarse de los gobiernos, es más relevante establecer cómo funcionará el sistema para su elección, a fin de que los ciudadanos no sean aplastados por el peso del mayoritarismo y se conviertan en simples gobernados sin más peso que el de su voto. En relación a los impuestos, más que el cuanto en términos de porcentaje, vale indagar cómo funcionará el mecanismo en que el ciudadano participa en su definición, así como también respecto al uso final que tendrá su dinero y en la fiscalización del gasto y en la política de ajustes. En este mismo sentido, antes de responder cuánto es el monto que la sociedad debiese gastar en políticas sociales, se debe preguntar en primer lugar cómo los ciudadanos, legítimos dueños de su esfuerzo y por ende de los recursos que generan, determinarán y controlarán los sistemas de seguridad social, para que éstos no se conviertan en una caja pagadora para el clientelismo, o pero aún, en un botín para el gobierno de turno. En síntesis, es en la medida en que los ciudadanos sepan preguntarse cómo deben relacionarse con sus gobernantes y con las decisiones de índole político que les atañen, lo que les permitirá entender de mejor modo los impactos que tendrán dichas relaciones y decisiones en su entorno inmediato y en el éxito de su sociedad a futuro.